lunes, 14 de diciembre de 2009

Amor

Jaime se levantó a tomar una taza de té. Tenía sed y quería algo para calmar su ansiedad. Bajó la escalera, prendió la luz de la cocina y recibió un martillazo en la sien derecha.

Magdalena se despertó con el ruido de su viudez, y sin saber que su esposo muerto yacía en el piso de su cocina, se limitó a escuchar paralizada los intempestivos pasos que subían a toda velocidad la escalera hacia su pieza.

La violaron para calmar su ansiedad. La misma del té.

Nicolás y Valentina no se despertaron. Dormían en la misma cama, en una pieza pequeña y miserable. Hacía tiempo que sus padres los drogaban por las noches para que no despertaran mientras abusaban de ellos.

Su hermano mayor los miró con dolor y angustia. Su hermano mayor los miró con emoción.

Y mientras jalaba el gatillo que terminó con su vida, nunca pudo preguntarse si la ansiedad que sintieron sus padres momentos antes de morir pudo ser angustia o culpa por las cosas que habían hecho con sus hijos.

Nunca pudo preguntarse esto porque para él, Jaime y Magdalena no eran monstruos que necesitaran salvación o algún tipo castigo. Para Santiago ellos eran sus padres. Y para él, que los quería tanto, no quedaba otra opción que verlos morir.

Los gemelos despertaron. Estaban todos muertos. Al fin su amor sería el más puro sobre la faz de la tierra.

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